La pelota vasca es un deporte antiguo. Sus reglas son sencillas, pero el dominio del juego es complicado.

Durante las partidas, la pelota y los pelotaris comparten protagonismo en la cancha con el frontón, una pared contra la que la goma y el cuero se estrellan una y otra vez antes de rebotar y regresar al juego, a la espera de un golpe que las mande de nuevo contra el muro.

Pero los frontones pueden tener muchos más usos que el de recibir el impacto de una pelota. Al menos, así parece si escuchamos la historia del frontón Beti Jai, un edificio histórico escondido en las calles de Madrid, rescatado del olvido tras haber sido rehabilitado por Ferrovial.

El Beti Jai empezó a construirse en 1893 y cumplió con honores su propósito hasta 1918. Por su cancha pasaron los mejores pelotaris de la ciudad. Pero ya en aquellos años, Leonardo López Quevedo, un ingeniero obsesionado con los dirigibles, utilizó la pista para sus ensayos aeronáuticos.

Después, poco a poco, el edificio cayó en desuso. La Guerra Civil lo pilló convertido en comisaría y después sería espacio de ensayo para bandas, taller de coches, cárcel y taller de objetos de escayola y cartón piedra.

El final del siglo XX le sobrevino en estado de abandono, pero conservando la grandeza de otro tiempo en sus estructuras y en los forjados de sus balcones. Al fin, en 2016, llegó el momento de su rehabilitación. Lo primero fue consolidar la estructura y retirar los elementos en peligro de derrumbe. Después se recuperó la fachada exterior, manteniendo la composición, la estética y el acabado originales, recuperando todos aquellos elementos de los que quedaban restos, como escudos, guardapolvos, pilastras y balaustre.

El resultado es un frontón que vuelve a brillar como en los días grandes, haciendo honor a su nombre. No en vano, beti jai significa en euskera siempre fiesta.