Hay edificios a los que la historia les ha concedido un status singular. Perduran en el tiempo, marcan la diferencia.
Resisten mientras el tiempo transforma la vida a su alrededor. Restaurarlos, entonces, se convierte en el desafío de integrar técnicas y materiales del presente y mantener inalterable su esencia, que los ha hecho parte del paisaje y de la historia.
A finales del siglo XIX se alzaron grandes esqueletos de metal forjado, como los del Palacio de Cristal del Retiro, o se asentaron los zócalos de mármol de Calatorao del Mercado Central, de Zaragoza. Antes aún, en el siglo XVI, se dieron las pinceladas platerescas y mudéjares del, hoy, Museo Picasso malagueño. Siglos después, las restauraciones han sumado a estos elementos modernos cristales resistentes a impactos, cerramientos de vidrio de control solar o sistemas de climatización sostenibles.